Cinco enseñanzas del cortocircuito estratégico de la campaña demócrata
La campaña de Harris se desmoronó en el momento en el que convergieron debilidades estructurales de posicionamiento y errores de coyuntura
El análisis de la semana
Cinco enseñanzas del cortocircuito estratégico de la campaña demócrata
Las campañas son muy importantes, cada vez más. La crisis del sistema liberal-representativo ha debilitado la adhesión ciudadana hacia las organizaciones de intermediación como los partidos políticos o los medios de comunicación. Sin embargo, las campañas no hacen milagros, ya que se desarrollan en una suma de contextos que amplían o restringen el margen de maniobra.
El equipo de Harris enfrentó dificultades estructurales que iban más allá de su control. La impopularidad del gobierno, la percepción negativa de la economía por la inflación o una transición errática por la obstinación de Biden son algunos ejemplos. Si siguiéramos profundizando, encontraríamos otras tendencias ajenas incluso a todo el Partido Demócrata, como una actitud más crítica de la ciudadanía con los gobiernos.
Es difícil analizar correctamente una campaña electoral. La satisfacción con la misma no solo depende de los resultados, sino de las expectativas, que a su vez son el resultado de un diagnóstico previo. Además, nos influyen sesgos evidentes, como el de confirmación: los más progresistas dirán que la culpa fue del giro hacia la derecha de Harris y los más conservadores que el giro fue insuficiente. Lo cierto es que la mayoría de explicaciones que se nos ocurran tendrán algo de razón, incluso aunque sean contradictorias, y lo cierto es que ninguna de ellas será suficiente para explicar el mal resultado demócrata.
La campaña de Harris evidenció un cortocircuito estratégico. Lo hizo evidente, pero no lo creó, ya que fue la prolongación más o menos lógica de un posicionamiento estructural muy débil. Además de evidenciar esta debilidad, la campaña añadió errores y contradicciones particulares. El margen de maniobra de la campaña demócrata era estrecho, pero además no se desenvolvió bien en él. Este es el enfoque en el que enmarco las siguientes enseñanzas.
Una campaña es una disputa de posicionamientos, y el de Harris era muy difuso
El posicionamiento es el lugar que ocupamos en la cabeza y el corazón de la gente. Es, por definición, subjetivo, ya que se construye en última instancia a través de percepciones. Un político no es tanto lo que pone en su programa electoral o lo que ve en el espejo, sino lo que la gente cree que es. Sin embargo, siempre hay un anclaje material. El abandono de la clase trabajadora por parte del Partido Demócrata, como menciona Sanders, es un ejemplo. Otro más concreto es la propia trayectoria de Harris. La estrategia de campaña consiste en pasar del posicionamiento de partida al posicionamiento óptimo, el cual se traduce en narrativas y acciones de campaña.
Hay dos ejes prácticamente universales que atraviesan todo posicionamiento político: cambio vs. continuidad e izquierda vs. derecha (en algunas culturas, a través de otras metáforas o adaptaciones). Respecto al primero, Harris acertó en plantear una campaña como retadora, que quería iniciar una nueva etapa. Sin embargo, el planteamiento pronto se vino abajo cuando le preguntaron en una entrevista en The View qué habría hecho diferente en el gobierno respecto al gobierno de Biden: ¡no supo responder la pregunta más importante! Respecto al segundo, Harris era vista como demasiado progresista por la campaña de las primarias, así que el equipo recurrió a la vieja confiable: un viraje hacia el centro. Endureció su postura sobre la inmigración, la cambió sobre el fracking, presumió de pistola, le dio protagonismo a Liz Cheney y no hizo el más mínimo gesto contra el genocidio en Gaza. (Como observó con ironía Jorge Tamames, si adoptas una posición política errónea, al menos que su ejecución técnica tenga sentido: ¿qué iba a ganar Ritchie Torres en Michigan?). Alguien no leyó a Lakoff o no entendió lo que él denominó “la trampa del centrista”.
Mientras Trump tenía un posicionamiento nítido e inteligible, el de Harris estaba desdibujado, por lo que el contraste con Trump no podía ser lo suficientemente efectivo, independientemente de la beligerancia del discurso. Esta contradicción también se reflejó en el perfil particular de los candidatos: la autenticidad de Trump contra el oportunismo de una veleta sin convicciones profundas. Harris intentó corregir su posicionamiento político, y no solo no lo logró, sino que en el intento profundizó en sus defectos particulares.
A la gente le importan sus causas y Harris tenía un problema político
Primero la gente, luego sus causas y, por último, un candidato que las represente. En demasiadas ocasiones se infravalora a Trump y a sus votantes. No lo votan porque rompe el protocolo estético al llevar la chaqueta abierta estando de pie; lo votan porque representa sus causas, es decir, sus inquietudes, miedos, anhelos.
Según una encuesta de Emerson, el 51% y el 28% de los votantes que iban a apoyar a Trump estaban preocupados por la economía y la inmigración, respectivamente. Es decir, el 80% del electorado republicano se cuadraba en torno a estas dos causas, en las cuales, por supuesto, Trump estaba mejor posicionado que Harris. Sin embargo, ese mismo porcentaje del votante demócrata se dividía en cinco causas: economía, democracia amenazada, aborto, sanidad y vivienda. En otras cuestiones como la inmigración o la política exterior, además, no había una posición única.
Esto evidencia un problema político de partida. Trump tenía un buen posicionamiento general y un buen posicionamiento en la cuestión más importante: la economía. (Esta, como sabemos, también se disputa en el terreno de las percepciones, no en el de los índices macroeconómicos. Cuando el consultor demócrata James Carville advirtió que era la economía, estúpidos, en realidad se refería a la familiar). Además, su electorado era más compacto. Harris tenía un mal posicionamiento general y estaba mal posicionada en las cuestiones transversales más importantes. Su electorado tenía preocupaciones más diversas, lo que facilitó la dispersión: ¿qué pregunta de campaña trató de imponer el Partido Demócrata? He seguido la campaña a diario durante los últimos cinco meses y todavía no lo tengo claro.
Comencé este boletín con un artículo en el que, a principios de agosto, en plena ola de optimismo, fui algo pesimista: “La clave no estará en que la vicepresidenta de un sistema político deslegitimado, por consiguiente representante del establishment, se convierta de repente en una especie de mirlo blanco ilusionante. Eso no ocurrirá”. Una semana después, todavía en el peak de optimismo, lo mantuve: “El peligro que afrontan los demócratas ahora es no analizar bien la ‘luna de miel’ de Harris y creer que ella es la causa de la campaña. Si Harris no es humilde, ganará Trump”. Hace dos semanas, Nate Silver se lamentó de un protagonismo excesivo de la personalidad de Harris en detrimento de causas políticas claras.
Según un estudio, cuando la gente valora propuestas sin saber quién las propone, considera que las demócratas son mejores. El problema surge cuando saben quién está detras: la ideología, la identidad y la falta de credibilidad de Harris generan interferencias (volvemos al punto anterior).
El voto es cada vez más instrumental y los demócratas fueron víctimas del sesgo de exceso de confianza
En una campaña, primero reforzamos el voto propio (aseguramos el duro y convertimos el blando en duro) y solo después miramos al votante débil del adversario, al abstencionista o al nuevo votante. Comenzamos diciendo que la adhesión ciudadana hacia las organizaciones de intermediación se ha debilitado. El voto no es de nadie; cada vez es más instrumental. Creer que quienes nos han votado lo volverán a hacer por mera costumbre es un error de otra época. Las sorpresas por el comportamiento electoral de los latinos es el resultado de una lectura desfasada de la sociedad.
Debido a la polarización, entre otros motivos, el número de estadounidenses que podrían cambiar de bando era bajo. La clave estaba en la movilización del votante propio, en este caso, de quienes votaron a Biden en 2020. Dedicar tantos recursos al supuesto republicano débil usando a figuras como Cheney fue un error. Porque son recursos que no se dedicaron a la movilización propia, y porque, si el objetivo eran los indecisos, estos suelen ser lo más desapegados de las liturgias institucionales. ¿Iba el apoyo de representantes de las viejas élites a atraerlos? Pablo Batalla recordó el otro día que esto, por la crisis de autoridad, ya no funciona así. De nuevo, quien mucho abarca, poco aprieta.
La política tradicional de representación de las minorías ya no es tan útil y la campaña de Harris no cayó en ello
La crisis del sistema liberal-representativo tiene expresiones que afectan a todas nuestras formas de relacionarnos. La representación desde arriba ya no funciona como antes: que alguien sea como yo o hable de la gente como yo ayudará a estrechar un vínculo, pero no es una garantía mecánica. Biden, un hombre anciano, consiguió más voto femenino que una mujer. Que esto nos pueda extrañar es resultado de la infantilización del comportamiento electoral de la gente, en este caso de las mujeres. No existe una relación determinista entre unos supuestos intereses objetivos y un comportamiento electoral coherente con ellos, porque las personas somos muchas cosas. Yo soy un hombre, pero también soy de pueblo, de origen humilde y de izquierdas, por lo que no voy a votar a Vox, a pesar de que en su mundo ideal tendría más privilegios. También me gustan los animales, los videojuegos y soy un excelente manager Fantasy. Intuyo que las mujeres, así como las personas que conforman las minorías raciales, también serán algo más que una categoría en las encuestas.
Los titulares de los análisis postelectorales se centraron en el avance de Trump entre las minorías, especialmente entre los hombres latinos, segmento en el que Trump ha avanzado más de 20 puntos. Dicho de manera simplista, la clave para entender este movimiento es que una parte importante de quienes conforman la minoría latina quiere dejar de serlo. Este perfil quiere ser uno más, no quiere que le recuerden constantemente su condición de pobre y marginada minoría. Huye de lo que entiende como paternalismo. Quiere ser un estadounidense más que saldrá adelante sin que el racismo sistémico sea excusa para ello. El origen no pesa necesariamente más que la aspiración. Es posible que los efectos culturales del neoliberalismo se fundan con otros del protestantismo, pero eso lo sabrá mejor Juan Ponte.
Nadie quiere al triste en el baile, pero todos queremos al abogado cabrón
Vivimos en una sociedad fragmentada en burbujas cada vez más aisladas y herméticas. Vivimos en la era del enfrentamiento y la polarización. La gente tiene miedo e incertidumbre. Vio cómo se rompió el ascensor social y está viendo que las nuevas generaciones vivirán peor que las anteriores. La legitimidad del sistema, en todos los países, está por los suelos. Solo las personas más o menos integradas en el sistema pueden permitirse ser optimistas. No es casualidad que la campaña de Harris haya funcionado entre perfiles universitarios, ricos y urbanos. Fuera de estos nichos, los llamados al optimismo suenan frívolos, cuando no ridículos. La brecha entre integrados y replegados es cada vez mayor.
En este contexto de tribalismo, los clásicos llamamientos a un gobierno para todos, al consenso (Harris prometió que en su gobierno contaría con un republicano) y a la esperanza naíf no sirven. Para una pelea no llamamos a nuestro amigo más simpático, sino al más duro. El consultor republicano Karl Rove utilizaba tres preguntas para reforzar el posicionamiento de sus candidatos: ¿eres un candidato fuerte?, ¿puedo confiar en ti?, ¿te preocupas de los problemas de la gente como yo? En este contexto convulso, la primera pregunta pesa más que en los tiempos de Bush. Utilizando el método de Rove vemos, de nuevo, la debilidad relativa de Harris en términos de liderazgo, autenticidad y cercanía.
¿Harris sería la primera mujer presidenta de los Estados Unidos si la campaña demócrata hubiera sido, en su conjunto, mejor? Nunca lo sabremos, pero es posible que ni siquiera una buena campaña hubiera frenado el ascenso de Trump. Lo que sí sabemos es que el cortocircuito estratégico que sufrió la campaña demócrata puede resumirse en la siguiente frase: “No se me viene nada a la mente”. Fue la respuesta de Harris ante la pregunta de qué habría hecho diferente en el lugar de Biden.
Los 20 artículos imprescindibles de la semana (especial EE. UU.)
Esta semana, por motivos evidentes, compartiré los artículos que, más allá de los citados, me han servido de una u otra manera para escribir el artículo. Al tratarse de un tema complejo son 20 en lugar de 10, y únicamente mencionaré a los autores.
Recomiendo los artículos de Antoni Gutiérrez-Rubí, Ricardo Amado, Shane Croucher, Esteban Hernández, Edward-Isaac, Matt Bai, Xavier Peytibi, Idoya Noain, Aaron Blake, Macarena Vidal, Antonio Estella, Amanda Mars, Waleed Shaid, Pedro Soriano, Berna León, Luis P. Beauregard, Iker Seisdedos, Almudena A. Herrerías, Borja Andrino, Montse Hidalgo y Kiko Llaneras, y Carlos Fara.
Las recomendaciones de la semana
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Miniserie basada en libro biográfico de Javier Giner. Espectacular. Lo de Oriol Pla qué sentido tiene. Vedla sin saber nada más. Está en Disney+.
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Hace unos días salió la obra completa de la rapera y poeta Gata Cattana, con quien compartí clase en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Granada. LaSexta ha recogido una pequeña reseña. Rest In Power, hermana.