Sin contraste no hay política
La diferenciación sin relevancia te lleva al lunatismo, y la relevancia sin diferenciación es trabajar para el inglés
La amenaza civilizacional es la desigualdad, que carcome la democracia debilitando su potencia instrumental, esto es, debilitando la idea de que es el mejor sistema de los posibles para que la gente viva mejor. Por eso, el reto de época es combatir la idea reaccionaria de la futilidad: la política es una herramienta efectiva para conseguir avances.
Con esta tesis resumíamos hace unos meses la respuesta a la pregunta de dónde estamos. Desde entonces, la hemos ido desarrollando y aplicando en cuestiones más concretas, como las elecciones estadounidenses o la derechización de la juventud. A raíz de este último artículo me han entrevistado para dos medios de comunicación y en ambas ocasiones me han preguntado qué quiero decir exactamente cuando afirmo que hoy el contraste de la democracia con la amenaza reaccionaria está perdiendo fuerza. Por ello, en este artículo voy a desarrollar una de las claves de la política y, por extensión, de la democracia: el contraste.
La crisis de la democracia y el avance de sus adversarios se explican por muchos y diversos motivos. Desconfiemos de quienes tienen respuestas simples para problemas complejos. Siempre que puedo insisto en esto: para entender la política es más importante entender a la gente que conocer la parafernalia política-institucional al dedillo. El artículo de la semana pasada fue un ejercicio más o menos fructífero en esta dirección. Sin embargo, en una democracia liberal representativa importa lo que hacen sus representantes, pues –aunque se mueven dentro de límites y presiones estructurales– pueden estirar el sistema.
La crisis de la democracia y el avance de sus adversarios se explican por muchos motivos, pero podemos identificar un elemento central: una reducción centrípeta de la oferta política. Desde hace décadas, los límites de lo posible se han estrechado en nombre del pragmatismo. La democracia, en su sentido más profundo, se sacrifica en el altar de la responsabilidad. Da un poco igual quién gobierne porque hay cosas que nunca cambiarán. No hay alternativa. De esta imposición centrista nace el sentimiento de futilidad política del que se alimenta la reacción. De esta ausencia de contraste nace la antipolítica populista.
El contraste es un elemento transversal en todos los ámbitos de la política que debería elevarse a la categoría de estrategia. La democracia debe evidenciar sus virtudes y los defectos del autoritarismo. Los partidos políticos deben representar la pluralidad de la sociedad en sus programas y en su praxis. Los líderes deben confrontar con sus rivales para movilizar a las bases. La política es conflicto, tensión y antagonismo. La polarización es el rebote tras haber doblado la estaca hacia el otro extremo: la tecnocracia neoliberal.
Y, sin embargo, no vale cualquier contraste. Son tres los requisitos que debe cumplir de manera más o menos coherente. El primero es la diferenciación: dos ofertas similares no pueden sobrevivir en un mismo mercado. Cada una de ellas debe identificar cuáles son las propuestas y los atributos que la hacen única e imprescindible. El segundo es la relevancia: la diferenciación debe pivotar en torno a cuestiones que sean de interés para la gente. El tercero es la credibilidad: de nada sirven la diferenciación y la relevancia si el sistema, el partido político o el líder no genera confianza porque no suena creíble.
Ejemplos. Estoy seguro de que se os ocurre un partido a la izquierda del PSOE al que se le da bien diferenciarse del resto, pero tiene dificultades para hacerlo en cuestiones relevantes para la gente. También se os ocurrirá otro partido a la izquierda del PSOE al que se le da bien hablar de temas importantes, pero tiene dificultades para diferenciarse de los demás. Esa tensión entre diferenciación y relevancia no suele ser fácil de gestionar. La diferenciación sin relevancia te lleva al lunatismo, y la relevancia sin diferenciación es trabajar para el inglés, es decir, para quien está mejor posicionado que tú.
Veamos otro ejemplo sobre la importancia de la credibilidad para un contraste efectivo. Analizando la campaña de Harris hablamos de “cortocircuito estratégico”. En aquel artículo dijimos que “mientras Trump tenía un posicionamiento nítido e inteligible, el de Harris estaba desdibujado, por lo que el contraste con Trump no podía ser lo suficientemente efectivo, independientemente de la beligerancia del discurso. Esta contradicción también se reflejó en el perfil particular de los candidatos: la autenticidad de Trump contra el oportunismo de una veleta sin convicciones profundas. Harris intentó corregir su posicionamiento político, y no solo no lo logró, sino que en el intento profundizó en sus defectos particulares”.
Unos meses más tarde, Andy Barr lo resumió así: “En la era Trump, sería fácil pensar que la confianza no es un elemento necesario para el éxito de una marca política, pero yo diría que, al cometer errores estratégicos que erosionaron la confianza que nuestros votantes tienen en los demócratas, hemos disminuido la eficacia de cualquier argumento de contraste contra nuestros oponentes”.
El problema principal de los demócratas en todo el mundo es que el contraste con los reaccionarios queda cojo, ya que la amenaza es tan peligrosa como advertimos, pero la democracia que defendemos no es tan buena, según la percepción de demasiada gente, como decimos. Por ello, no basta con una denuncia de los posibles retrocesos que supondría un triunfo reaccionario. Hace falta, además, un proyecto alternativo nítidamente diferenciado, inteligible y tangible. Hoy la batalla principal se disputa en el ámbito instrumental: ¿quién garantiza la prosperidad?
Hay orugas que se alimentan de plantas tóxicas que otros herbívoros –casi todos– evitan por motivos evidentes. La virtud de estas orugas es que no se envenenan y además se vuelven venenosas para sus depredadores. La democracia debe hacer algo similar, tomando algunas armas de sus adversarios para volverlas en su contra. El lenguaje claro, un uso efectivo de emociones y el contraste son algunos ejemplos. Revalorizar la política es la tarea de fondo.
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