Zorros y erizos en un mundo impredecible
No es posible predecir el futuro, pero sí podemos interpretar mejor el mundo
Xan López es un intelectual muy interesante. Sabe de muchas cosas, pero sobre todo de crisis climática, economía y política internacional. El miércoles puso un tuit en su cuenta de BlueSky que me llamó la atención:
Yo pensaba que Putin no iba a invadir Ucrania, por cierto. Estaba completamente equivocado. Desde entonces he hecho cierto esfuerzo por entender los motivos de mi equivocación, y así no tropezar con la misma piedra en el futuro. Me parece una cosa sana, aunque escueza.
Este pequeño ejercicio de humildad intelectual es síntoma de una gran inteligencia, pero además es llamativo porque no es demasiado común en las redes sociales, mucho menos en el ámbito de la llamada geopolítica. Xan López es un zorro.
Isaiah Berlin clasificó a los pensadores en erizos y zorros, inspirándose en una analogía de Arquíloco, poeta griego. De manera muy resumida, los erizos suelen interpretar la realidad a través de un marco teórico sólido. El problema está en el “un”: un único marco teórico. En un mundo volátil y cambiante, incluso el marco teórico más amplio es insuficiente. Por eso, a los erizos se les pone cara de martillo: como es lo único que tienen, solo ven clavos. Incluso los que realmente saben de lo suyo acaban acusando la estrechez de miras. La geopolítica es un terreno fértil para ellos: fuera de las viejas certezas se pierden, como el borracho que solo busca la llave que ha perdido debajo de la farola porque ahí hay luz.
Los zorros, en cambio, interpretan la realidad con una visión más amplia, flexible y multidisciplinar. Asumen que el mundo es complejo, fragmentario y contradictorio, y por eso acogen la incertidumbre, la duda y la ambigüedad. No tienen una verdad reveladora, sino verdades parciales. Como las libélulas, tienen ojos compuestos por miles de lentes. No ajustan la realidad a un gran esquema, ni la racionalizan a martillazos hasta que encaje en él. Los zorros no son infalibles porque en este mundo no es posible la infalibilidad, pero piensan mejor y aciertan más. Entre otros motivos, por la humildad a la hora de reconocer sus errores y asumir el propósito de enmienda de no tropezar con la misma piedra en el futuro. No podemos garantizar el acierto, pero al menos podemos garantizar que si nos equivocamos, lo haremos de una manera más novedosa y fructífera.
Philip E. Tetlock ha dedicado buena parte de su vida al arte y la ciencia de la predicción. Escribió un libro exactamente sobre esto: Superpronosticadores. A través de experimentos de todo tipo demostró que, por norma general, los llamados expertos aciertan lo mismo que cualquier persona escogida al azar en un bar. La condición de experto no garantiza buenos pronósticos. ¿Significa esto que cualquier esfuerzo en estas lides es inútil? No, la condición de experto no garantiza buenos pronósticos, pero eso no significa que no lograra detectar diferencias notables. La clave no está en la condición formal ni en la trayectoria profesional, sino en el estilo a la hora de pensar.
Lo que descubrió Tetlock es que los zorros hacían mejores pronósticos y los erizos, en cambio, acertaban lo mismo que un chimpancé, en este caso literalmente. Los zorros utilizaban diversas herramientas, dudaban de sí mismos y eran autocríticos. Los erizos esquivaban la autocrítica con explicaciones agresivas y grandilocuentes, racionalizaban los resultados y tenían menos en cuenta las objeciones de los demás. Los experimentos y estos factores diferenciales a la hora de pensar inspiraron su “teoría del buen juicio”:
Los pensadores autocríticos son mejores a la hora de descifrar las contradictorias dinámicas que rigen las situaciones en permanente evolución; se muestran más precavidos en lo relativo a su pericia predictiva; recuerdan sus errores con más exactitud y son menos propensos a racionalizarlos; tienen más probabilidades de matizar sus convicciones en un periodo razonable de tiempo, y, finalmente —por combinación de todo lo anterior— están mejor situados para prever de forma realista los acontecimientos futuros.
David Epstein estudió la importancia de la amplitud a la hora de pensar, pero también a la hora de tener éxito en un mundo hiperespecializado. Según el periodista estadounidense, la hiperespecialización —más propia de los erizos— es útil en entornos estáticos con reglas definidas y dinámicas previsibles. El problema es que el mundo se parece muy poco al ajedrez o al golf. Por eso, en el propio deporte los deportistas que suelen triunfar son aquellos que al menos de niños practican diversos deportes y no nacen con la raqueta de tenis en la mano. Por eso, intuyo, Luis Enrique recomienda a los entrenadores de base que pongan a jugar a los niños en todas las posiciones, también de porteros. Ninguna llave abre todas las puertas, ninguna herramienta es omnicompetente.
De una manera más colateral, Leonard Mlodinow, colaborador de Stephen Hawking, reivindica la virtud del pensamiento elástico —frente al pensamiento programado y el analítico—, el cual “nos otorga la capacidad de resolver problemas nuevos y superar las barreras neuronales y psicológicas que pueden impedirnos mirar más allá del orden existente”:
Como carece de la estricta dirección descendente del pensamiento analítico, y está más impulsado por las emociones, el pensamiento elástico se adapta a la integración de información diversa al descifrar enigmas y encontrar nuevos métodos para resolver problemas difíciles. También permite considerar ideas que son inusuales o incluso extrañas, lo que alimenta nuestra creatividad.
No es casualidad que los erizos destaquen en los debates geopolíticos. La geopolítica condensa de manera extraordinaria la complejidad y las contradicciones de la política, pero su relativa lejanía facilita las lecturas más “maquiavélicas” (sobreexplicaciones estratégicas) y las más cínicas (que no son exactamente las “realistas”). Esa complejidad aporta dos problemas específicos. Por un lado, la burbuja de confianza del principiante, un sesgo del que solo nos podemos librar adentrándonos en la materia, es decir, dándonos cuenta de que en realidad sabemos muy poco. Por otro lado, las simplificaciones —tanto las “maquiavélicas” como las “realistas”— son caldo de cultivo para la conspiranoia: al ser tanto lo que está en juego —el mundo—, cualquier explicación es decepcionante.
El caso Alcàsser sigue generando contenido a día de hoy, casi tres décadas después, por una razón muy sencilla: el crimen fue tan atroz que nos cuesta asumir que fuera obra de tres mindundis. Tiene que haber algo más, debe haber gente de arriba implicada. Nos cuesta asumir el importante papel que juega el azar en el transcurso del mundo, la banalidad del mal y nuestra fragilidad. En geopolítica ocurre un fenómeno similar, por eso podemos ver a erizos de izquierdas en posiciones excéntricas, comprando conspiraciones o blanqueando el imperialismo de Putin. Solo saben de geopolítica, por eso no saben de geopolítica.
Aprendamos de Xan López: la humildad, la autocrítica y la amplitud de miras son imprescindibles para pensar mejor. Son los mejores anticuerpos contra los sesgos de exceso de confianza y de confirmación que nos dificultan reconocer los errores, un ejercicio poco agradable para nuestro ego. No hay nadie infalible y, de hecho, es imposible predecir el futuro político, pero sí debemos aspirar a interpretar mejor el mundo.
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