Las elecciones en Ecuador y el poder del rechazo
En este tiempo, situarte al frente suele ser un error
Volvió a ocurrir: unas elecciones se saldaron con un resultado imprevisto. En esta ocasión se trató de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador, en la que el actual Presidente, Daniel Noboa, se impuso a la candidata correísta, Luisa González. Aunque González aparecía como ligeramente favorita en los sondeos, la victoria oficialista no es ninguna sorpresa. Sí lo es el margen de 10 puntos y el pésimo rendimiento del correísmo en la segunda vuelta: no ganó ni medio punto.
Dos semanas después, los analistas siguen preguntándose qué paso. Cómo fue posible. La oposición denunció fraude, y es evidente que compitió en una cancha inclinada a favor del Gobierno. Sin embargo, a estas alturas no parece que puedan salir pruebas concluyentes que confirmen un megafraude que explique la diferencia de más de 10 puntos. Para profundizar, recomiendo los artículos de Àlex Abellán, Jaime Durán Barba, La Órbita, Javier Rodríguez y la entrevista a Pablo Ospina Franklin Ramírez y Augusta Barrera. Yo me centraré en un aspecto que he comentado en varios artículos a propósito de varias campañas: la importancia del voto negativo.
El correísmo es la identidad política más importante de Ecuador. Tiene una propuesta política reconocible y una base social estructurada. Es, por decirlo de alguna manera, el partido más grande de Ecuador. Aún así, ha perdido las tres últimas elecciones. Evidentemente, unos resultados electorales solo se pueden explicar desde el estudio de un sinfín de variables, unas más profundas y otras más contingentes. Sin embargo, hay algo que parece claro: el correísmo es incapaz de ampliar su base lo suficiente como para construir una mayoría de gobierno.
Una lectura errónea de la polarización nos puede hacer olvidar una tendencia de los últimos años: el voto es cada vez más instrumental. En todos los países hay una confrontación megaidentitaria entre bloques y partidos, pero quienes definen las elecciones siguen siendo los votantes autónomos que votan en función de la coyuntura. Casi siempre, sin solemnidad, sin grandes adhesiones: al mal menor. Varios analistas advirtieron que podría haber un trasvase de voto entre González y Noboa, y que González no tenía asegurados los votos de Pachakutik a pesar de su alianza con Leónidas Iza, el líder indígena. Insistiré siempre que pueda: el mercado electoral es un mercado de demanda, está en la gente, y la política de los políticos suele ir por libre.
La gestión de Noboa no daba para revalidar el gobierno. Los resultados eran malos y las valoraciones modestas. Sin embargo, en la segunda vuelta se produjo un proceso que a los lectores más fieles os sonará: Noboa se desprendió del traje de oficialista a batir y se convirtió en el retador. Si la primera vuelta fue un referéndum sobre él y su gestión, la segunda giró en torno al regreso del correísmo. Las encuestas positivas para González y su beligerancia, entre otros factores, ayudaron a este giro. ¿El problema? Que las mayorías normalmente solo se pueden construir a la contra, atrayendo el voto negativo de sectores que no te ven como un líder redentor, sino como un humilde mal menor. No es lo mismo votar contra Noboa que a favor del regreso del correísmo.
En las elecciones del 23 de julio de 2023, Feijóo sufrió un efecto parecido por el ansia y los errores. Lo desarrollé aquí. La campaña real –el tiempo en el que se mueven los votos decisivos– se disputa durante la última semana. Hasta entonces, todo lo que hacemos es un trabajo de posicionamiento para llegar a los últimos días en las mejores condiciones posibles. Si sales demasiado tarde, no llegas; si sales demasiado pronto, te desinflas. Se juega como se entrena.
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Chile de 2021, ganó José Antonio Kast, el candidato ultraderechista. El desánimo cundió entre las filas progresistas, que esperaban una victoria de Gabriel Boric. En cambio, Sebastián Kraljevich, el director de su campaña, durmió feliz esa noche. Un mes después ganó por más de 10 puntos.
El Papa Francisco me caía bien, pero su magnitud histórica va más allá de simpatías y antipatías. Los artículos de esta semana no podían ir sobre otra cuestión.
Bergoglio: la lírica de Asís y la disciplina de Loyola, de Ignacio Peyró en El País.
¿Era de izquierdas el papa Francisco?, de Santiago Alba en eldiario.es.
El papa que incomodó a los poderosos, de Alberto Garzón en eldiario.es.
La clave de Santa María la Mayor, de Enric Juliana en La Vanguardia.
Francisco, un papa progresista… para ser papa, de Pablo Castaño en Público.
El pensamiento político y económico revolucionario del papa Francisco, de Juan José Tamayo en El País.
El ‘aggiornamento’ fallido del papa Francisco, de Brais Fernández en Viento Sur.
El papa, el poder y la herencia maldita: Roma se prepara para el próximo cónclave, de Eduardo Bayón en El Análisis.
El magisterio social de Francisco por una política del bien común, de Julio Martínez en Agenda Pública.
Francisco fue antes Jorge Bergoglio, de Rafael Estrella en eldiario.es.
Cónclave, de Edward Berger (2024, Paidós)
Tiro a tablero, lo sé, pero realmente es muy buena. Una transición de poder en la que, como casi siempre, el resultado se parece poco a lo que escribieron los estrategas en sus pizarras. Los congresos de los partidos políticos no son muy diferentes…