La crisis del sistema político español, un mapa y un referéndum
El inmovilismo no es una opción
Hay una condición transversal que atraviesa la última década: el enquistamiento. La contradicción del sistema es clara: si no acomete reformas profundas tendrá que hacer frente a unas consecuencias de las que no puede hacerse cargo. Por un lado, no tiene la fuerza para aplastarlas; por otro, carece de la flexibilidad necesaria para integrarlas, al menos de manera completa.
El problema del sistema político español es que, por su rígida naturaleza, cualquier reforma de apertura democrática supondría un desgarro estructural, pero el inmovilismo no es una opción viable. El anquilosamiento institucional genera gangrena y, al mismo tiempo, hará que la inevitable Perestroika de la que lleva años hablando Jaime Miquel sea más traumática.
Este es un extracto de un artículo que publiqué aquí el año pasado. Creo que resume bien la penúltima crisis del PSOE, que –por extensión– también es la crisis del sistema. Durante los últimos años he escrito demasiado sobre el asunto y llevo un par de semanas con poco tiempo, pero me preguntó una persona que se bate el cobre en primera línea de fuego, así que le comparto una breve reflexión.
No subestimo el poder del miedo ni en política, ni en la vida. A lo largo de los 40 artículos que he publicado en este boletín he explicado su poder desde enfoques políticos, psicológicos y comunicativos. He puesto ejemplos sobre cómo nos afecta el sesgo de la aversión a la pérdida a la hora de tratar preventivamente el cáncer de mama o de campañas negativas que movilizaron más que campañas esperanzadoras.
Es evidente que el Gobierno de coalición se sostiene, principalmente, por el rechazo que genera su alternativa. Este no es, necesariamente, un mal punto de partida. El problema es que con el tiempo se está extendiendo la percepción de que la propuesta de quienes sostienen al Gobierno es el mantenimiento del statu quo. Y mantener un maltrecho Estado del bienestar frente a la amenaza de regresión autoritaria no es poca cosa, pero sí es insuficiente en el actual contexto de desafección y crisis de autoridad.
Howard Levanthal fue un psicólogo especializado en el ámbito de la salud. Investigó, entre otras cuestiones, cómo tomamos decisiones y adoptamos actitudes para el cuidado de nuestra salud. Realizó distintas campañas con estudiantes universitarios para lograr que se vacunaran contra el tétanos. Utilizó distintos mensajes, entre ellos el más duro: asustarlos sobre las terribles consecuencias que sufrirían si lo contraían.
Intuitivamente, podríamos pensar que el mensaje duro debería ser el más efectivo, pero no lo fue. En realidad, rara vez lo es. Lo que sí funcionó fue entregar a los estudiantes un mapa sencillo que indicaba dónde estaba la clínica a la que debían ir para vacunarse.
Todos los estudiantes sabían perfectamente dónde estaba la clínica antes de verla en el mapa: ya la conocían y muchos ya habían estado en ella. Pero el experimento demostró que el miedo sin un plan concreto no moviliza y, en cambio, el miedo acompañado de una guía de acción sí lo hace. A veces, es tan sencillo como eso, no hace falta reinventar la pólvora.
Ese es el reto del Gobierno de coalición: señalar con claridad un punto concreto en el mapa al que avanzar y convertir las elecciones de 2027 en un referéndum sobre él. Albert Camus escribió que la peste había arrebatado a todos la posibilidad de amor e incluso de amistad, pues “el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes”.
De manera menos cursi: las izquierdas necesitan una nueva causa y un mapa que oriente la movilización, porque frenar a la ultraderecha no será suficiente ad eternum, y menos si lo que hay es un sistema que avergüenza –con razón– a la inmensa mayoría de la gente.
Totalmente de acuerdo. Por otro lado, creo que el problema es que la ultraderecha hace lo que propone (y más), cuando la izquierda no se moja. Negocia, y contradice lo que debería defender. De todos modos, al menos con mi ojo extranjero, el PSOE ni es ni cerca de izquierda, quizás de centro. También creo que una mala izquierda (al menos en este momento) es mejor que una derecha fuerte, porque ya sabemos de lo que son capaces. Por último creo que es necesario refutar las críticas con una idea que vaya más allá. Por ejemplo frente a la migración, comenzar a pensar porque sucede y que rol ocupa Europa en todo eso. Pero pedir que la gente sea analítica, salga del lugar común y que los poderosos sean autocríticos, es un poco un sueño. Todo esto dicho de mi parte sin una formación fuerte en el área, así que puede ser que me leas y considerés que estoy muy equivocado y sea correcto.
Hola Ángel. Me gusta tu análisis, y ojalá que un proyecto ilusionante fuese posible.
Cada vez más me convenzo de que el fracaso de la izquierda se debe a su incapacidad por hacer que el Estado del Bienestar vuelva a funcionar como punto de anclaje para las clases medias: al final, son las CC.AA. las que gestionan todo, y es el PP el que verdaderamente tiene las llaves del cotarro. El Gobierno solo recauda. Además, no es que los indicadores de bienestar (fracaso escolar, listas de espera, precio de la vivienda) sean mejores en la CCAA gobernadas por el PSOE. Hay un fallo sistémico, tal vez porque las pensiones se están convirtiendo en un agujero negro.
Por otra parte, no tiene base de apoyo suficiente para sacarlo adelante: Junts no deja de ser un partido de derechas, bastante esquizofrénico y errático. Queda muy poco para enarbolar un proyecto o un algo que pueda servir como faro.
Finalmente, el aspecto moral (sí, el moral): si la izquierda, al final, hace lo mismo que hizo la derecha, sin asumir la responsabilidad política (y personal) de los escándalos recientes, se va a enajenar aún más a lo poco de la clase media que aún le votaba.
Soy, por lo tanto, tremendamente pesimista, y creo que llegar al 2027 es sencillamente prolongar una agonía judicial, mediática y social que este país no necesita. El PSOE no necesita una perestroika: necesita una refundación.