Huérfanos de futuro: crecer entre las ruinas de la autoridad
Gutiérrez-Rubí nos ayuda a no generalizar, no estigmatizar y entender a la juventud
Spinoza tiene una cita muy recurrida que dice algo así como: “No ridiculizar, ni lamentar, ni maldecir, sino entender”. No puedo saberlo, pero apostaría lo que fuera a que Antoni Gutiérrez-Rubí, autor de Polarización, soledad y algoritmos (2025, Siglo XXI), ha leído al filósofo ilustrado. Al final del libro, resume los tres principios de su investigación –y que deberían ser transversales a cualquiera relacionada con las llamadas ciencias sociales– así: no generalizar, no estigmatizar y entender, o al menos intentarlo.
Kurt Lewin, pionero de la psicología social, dijo que, si queremos entender realmente algo, intentemos cambiarlo. Diría que es un proceso dialéctico y que, para cambiar realmente algo, también debemos entenderlo. En este boletín nos hemos preocupado por la brecha generacional desde la primera edición. Hemos escrito varios artículos sobre la cuestión (el más leído sigue siendo Cinco tendencias sociales que explican el giro a la derecha de los jóvenes), pero sobre todo hemos recomendado bastantes más de varios autores. Polarización, soledad y algoritmos no es el libro más extenso sobre el tema –y puede que tampoco sea el más profundo por el mismo motivo–, pero sí es el punto de partida más accesible para dotarnos de una imagen panorámica del estado de la cuestión. “Nos guste o no, así está la cosa”, podemos afirmar tras su lectura.
El libro, al que también han contribuido Santiago Castelo, Franz von Bergen y Guadalupe del Valle –como reconoce el autor en un gesto bastante rapero y no tan común como debería–, tiene ocho capítulos. El último es el más interesante en términos comunicativos, pues es un decálogo de propuestas para afinar la intervención pública, pero voy a destacar dos ideas que, de alguna u otra manera, atraviesan varios capítulos.
Cuando el futuro muere, todo está permitido
La generación Z es amplia, diversa y plural, pero, más allá de sus particularidades –y de las especificidades nacionales–, la juventud comparte una sensación de desencanto. El presente es insatisfactorio y el futuro genera ansiedad. Tiene razones para ser pesimista y, en demasiados países, también infeliz. Estrés, agobio, nervios. Es muy difícil construir una expectativa de futuro mínimamente esperanzadora en un estado emocional y afectivo de estas características.
Pero no es una cuestión de actitud o motivación. Sufren unas condiciones estructurales de precariedad que precipitan ese estado emocional. No lo he leído y no conozco a su autora, pero me gustó mucho el título de un libro de Sarah Belén Olarte: El cortisol no sube solo, sube con el alquiler. El contrato social que convirtió a la democracia liberal representativa en un sistema tan exitoso durante décadas se rompió. La democracia está perdiendo su fuerza instrumental: cada vez hay más jóvenes que piensan que ya no es la mejor herramienta para vivir mejor. Esa creencia apunta directamente hacia las tentaciones de la “eficracia” autoritaria: una concesión de derechos a cambio de que las cosas funcionen.
Por eso, la comunicación es importante. Importantísima. Pero hasta la más brillante fracasará sin una gestión que demuestre por la vía de los hechos que la democracia es sinónimo de ampliación de derechos y libertades y de prosperidad para la mayoría social. Hasta la mejor gestión es insuficiente por sí misma porque la política no se dirime en el terreno de los “datos objetivos”, pero su ausencia sí es garantía del éxito de los populismos reaccionarios.
La representación tradicional está herida de muerte
El viejo mundo era ordenado, estable y, por tanto, predecible. Había un reparto bien definido de roles jerárquicos que permitían su funcionamiento y le daban sentido. El hijo le hacía caso sin rechistar al padre, el alumno al profesor, el telespectador al periodista, el ciudadano al político. Esa autoridad se quebró por diversos motivos, entre ellos la revolución tecnológica, la masificación del acceso a la información a través de las redes sociales o el aislamiento en burbujas cada vez más fragmentadas y herméticas. Esta dinámica la han estudiado bien autores como Jaime Durán Barba o Natalia Velilla, pero hace décadas lo advirtieron, cada uno a su manera, Manuel Mora y Araujo y Malcolm Gladwell. El descrédito de las élites lo recogen nuestros círculos más cercanos y cada vez más estrechos.
No tenemos ni idea de cómo será el escenario político dentro de una década, pero sí podemos intuir que será distinto. Surgirán más partidos. Los jóvenes viven rápido y son impacientes. La mayoría de sus vínculos (trabajos, alquileres, relaciones) son débiles. ¿Cómo no van a serlo los vínculos políticos si, además, la legitimidad del sistema está por los suelos? Los analistas que sueñan con fórmulas tradicionales de gobernabilidad y las ven en los porcentajes de encuestas electorales, infravaloran la magnitud de la crisis de autoridad. Arraiga en la sociedad, en la gente, en su manera de vivir, y eso no se puede remendar por arriba.
Sobre estas dos tendencias transversales se asientan otras más específicas, como la brecha cada vez más acentuada entre varones y mujeres, las disputas identitarias o el tribalismo digital. Sobre todas ellas aporta Gutiérrez-Rubí datos y reflexiones sosegadas, aunque no neutrales. Tenemos que seguir estudiando para entender. O al menos para intentarlo.
The Anatomy of Mamdani’s Political Earthquake, de Michael Lange en The New York Times.
Mamdani, la esperanza de la izquierda demócrata americana, de Guillem Pujol en La Marea.
Cómo hablar el lenguaje de Trump, de Jorge Tamames en De Siria a Soria.
Capítulo 5: La manera ‘trumpista’ de informar, de Antoni Gutiérrez-Rubí en El País.
‘Weimar’, y su eco, de Àngel Ferrero en El Salto.
Chile: triunfo del PC y oportunidad en un escenario electoral adverso, de Karina Nohales en Jacobin.
Xan López: “No creo que sea buena idea llevar el decrecimiento por bandera”, entrevista de Azahara Palomeque en Climática.
Lecciones de este curso político, de Roy Cobby en Veletas y Señales.
El golpe de Casado, de Pablo Batalla en Público.
La simplicidad de la democracia y las simplezas reaccionarias, de Enrique del Teso en Nortes.
Polarización, soledad y algortimos, de Antoni Gutiérrez-Rubí (2025, Siglo XXI Editores)
Si el artículo en particular o la cuestión en general te interesa, ya sabes: cómpralo para aprender y además apoyar los trabajos valiosos.
Tengo la impresión que todos estos análisis giran en torno a lo mismo: en primer lugar, el fin del futuro, seguido de la desconfianza en las instituciones, o también llamada crisis de autoridad.
Se quedan en el tintero otros detonantes como la sobreabundancia de todo, que hace que valores como el esfuerzo o el sacrificio pierdan sentido. Ejemplo: antes ver un estreno era una ocasión especial, implicaba desplazarse al cine o andar hasta el videoclub, pero ahora la tienes con el simple gesto de un dedo.
El super hedonismo que estamos viviendo, que procede de una individualización de nuestra sociedad: ya solo me preocupo de mi. Ejemplo: obsesión por el autocuidado, culto al cuerpo, alimentación sana…
El proteccionismo como santo y seña de la crianza. Ahora los niños son semidioses a los que se les evita cualquier emoción negativa, obviando la otra dualidad del ser que nos hace humanos. Es una tremenda obsesión por el positivismo.
Por ello, creo que los análisis sobre los jovenes deben incluir otros factores latentes de la sociedad actual para explicar su predisposición hacia la política.