Cómo debatir con un fanático y no morir en el intento
Identifica qué tipo de conversación estáis teniendo y ten en cuenta las emociones y las identidades
Hace unos días, Héctor Tejero –a quien puedes seguir en Bluesky y en su newsletter– publicó un hilo sobre un experimento muy interesante realizado en Florida. El experimento consistió, de manera resumida, en conversaciones presenciales con distintos vecinos sobre los derechos de las personas trans. El objetivo era comprobar si estas conversaciones podían reducir los prejuicios tránsfobos gracias a la empatía generada mediante el contacto cercano. Los resultados, con matices, fueron positivos. El contacto personal es el mejor medio para una conexión real. Lo ha sido siempre, y hoy es probablemente el único en este mundo de vínculos débiles.
(Me hace gracia que Tejero, al final del hilo, tenga que justificarse: ¡cuidado, que los resultados no van a misa! Intuyo que él también tiene algún colega que cree firmemente en la condición científica de las ciencias sociales, pero al mismo tiempo desconfía de los experimentos. El físico teórico Richard Feynman opinaba, en cambio, que el principio de todo conocimiento es el experimento, “el único juez de la verdad científica”. Galileo, el autor del primer experimento de campo, estaría de acuerdo).
El experimento en cuestión es interesante porque revela la importancia del método y del uso de algunas herramientas específicas para derribar las barreras que impiden una conexión de antemano. Y valen para entablar una conversación con personas que niegan derechos a otras personas, con antivacunas o con sectarios políticos. El primer paso, como siempre, es entender a la gente. Entendernos a nosotros mismos.
El poder de la identidad
Nuestra identidad está conformada por el conjunto de características que nos definen y los valores a los que nos adherimos. Cómo pensamos en nosotros mismos al margen de la sociedad conforma nuestra identidad personal; cómo nos vemos como miembros de distintas tribus, nuestra identidad social. La identidad genera el sentido de pertenencia a un grupo o comunidad. Como nosotros mismos, suele ser más compleja –e incluso contradictoria– de lo que solemos pensar. Utilizamos dos modelos principales para tomar decisiones. El que se basa en la identidad es uno y el racionalista es otro, según James G. March.
En los ámbitos de la economía o la política, por ejemplo, podemos guiarnos por nuestros intereses objetivos: ¿qué es lo que más me conviene como hombre treintañero que vive en un municipio mediano y trabaja en el ámbito privado, pero con un pie en el tercer sector? Estas son preguntas propias del modelo consecuencialista de toma de decisiones. Calculamos las consecuencias de cada alternativa y elegimos la más óptima. Esta creencia está en el corazón del liberalismo, pero también es el marco teórico que la mayoría de las izquierdas siguen utilizando para analizar el mundo.
¿Quién soy? ¿Qué tipo de situación es esta? ¿Qué hace la gente como yo en este tipo de situaciones? Estas son preguntas –muchas veces inconscientes– propias del modelo de toma de decisiones basado en la identidad. Es el que más usamos, también quienes nos creemos más racionales. Sin embargo, es el menos presente en los análisis. ¿Cómo es posible que haya trabajadores que votan en contra de sus intereses? ¿Y que mujeres voten a Vox? Es posible porque las identidades, que suelen imponerse a los intereses, son construcciones sociales, y eso significa que pueden desencadenarse de anclajes objetivos-racionales. Hay pobres que saben que son pobres y que las derechas no defienden los intereses de los pobres, pero pesa más la aspiración de parecerse a quienes realmente sienten que son los suyos (gente que vive mejor que los pobres).
Como otros tantos animales, los seres humanos somos gregarios y tribales. Esta es la base del funcionamiento de la opinión pública, según Luis Arroyo. No es culpa de la famosa polarización: estas inclinaciones nos acompañan desde nuestros orígenes, es decir, desde hace miles y miles de años. Entender esta condición es imprescindible incluso para entender cuestiones aparentemente sencillas como el transcurso de una conversación.
El poder de las cascadas
Nuestro comportamiento individual se suele enmarcar en cascadas. Podríamos pensar que solo personas muy ignorantes actúan como el rebaño, pero no es así. Cass Sunstein analizó, con el New England Journal of Medicine, que los médicos también son víctimas de esta tendencia, hasta el punto de que existen “enfermedades por subirse al carro”. En estas, “los médicos actúan como borregos y con un ciego entusiasmo contagioso, promoviendo ciertas enfermedades y tratamientos porque todos los demás están haciendo lo mismo”.
Estos médicos, como las personas a las que visitaron en el experimento de Héctor Tejero, son racionales: actúan como deberían según la información de la que disponen. En el experimento de Florida había personas que nunca se habían puesto en lugar de una persona trans, incluso aquellas que tenían familiares trans. Antes del experimento, las personas trans realmente no existían, por lo que no era posible ningún sentimiento de empatía. Las personas que creen en la resurrección de Jesús de Nazaret son completamente racionales, pues esta creencia es coherente con una visión del mundo que ordena el resto de reflexiones y valores. Creer en fantasmas también puede considerarse racional si esa creencia encaja dentro de un sistema interno coherente, aunque este no sea razonable.
Lo interesante del estudio de las cascadas y la polarización de grupo es que la existencia de una única persona representando la cordura reduce de manera drástica la conformidad con el error. En algunos experimentos, los errores se reducían hasta un 75%. Un disidente puede desmontar una falsa creencia apelando a otras identidades y valores. Una persona puede ser muy conservadora y católica, por lo que su modelo de familia tradicional chocará de antemano con la mera existencia de las personas trans, pero esa misma persona, además de muy conservadora y católica, también puede ser una tía que quiere que su sobrina trans sea feliz.
¿De qué estamos hablando realmente?
Charles Duhigg identifica tres tipos de conversaciones que se centran en tres preguntas distintas. Las prácticas: ¿de qué va esto realmente?, las emocionales: ¿cómo nos sentimos?, y las sociales: ¿quiénes somos? El objetivo de cualquier conversación es conectar con nuestro interlocutor, y para ello es imprescindible entender qué tipo de conversación estamos teniendo. Las principales barreras que enfrentamos suelen ser de este tipo: aunque el punto de partida sea compartido, en muchas ocasiones hablamos de cosas distintas.
Según un estudio de 1997 publicado en la revista Human Nature, la mayoría de nuestras conversaciones son de índole social. Los debates actuales dentro de la izquierda son políticamente irrelevantes, pero un filón en términos psicológicos. Las personas racionales creen que el problema es práctico (de qué va esto realmente): sortear los efectos nocivos de la ley electoral, evitar un gobierno de PP y Vox, etc. Sin embargo, la conversación de las tropas fanatizadas va por otro lado: cómo nos sentimos y, especialmente, quiénes somos. Estáis hablando de cosas distintas. Por eso, no hay posibilidad ni de conexión ni de alineamiento. Estáis utilizando diferentes lenguajes cognitivos, en realidad ni siquiera estáis hablando.
Para empezar a debatir, antes debemos compartir los códigos comunicativos más elementales, y para ello debemos aplicar cuatro reglas básicas: 1) prestar atención al tipo de conversación; 2) compartir objetivos y preguntar qué persiguen los demás; 3) preguntar por los sentimientos de los demás y compartir los nuestros y; 4) explorar hasta qué punto importan las identidades en la conversación. El experimento de Florida habría sido un fracaso si las personas que realizaban las visitas puerta a puerta se hubieran centrado en el enfoque práctico. Los argumentos más racionales pueden ser completamente inútiles si no conectan con las emociones y las identidades.
Un antivacunas no llega a esa posición a través de un recorrido científico. Por lo tanto, la evidencia científica de la importancia de las vacunas pesa menos que la desconfianza hacia las autoridades del conocimiento o los prejuicios compartidos por la identidad social del antivacunas. Es por esto que el método más efectivo en estos casos suele ser el de la entrevista emocional: sacar a la luz las creencias, los valores y las identidades de esa persona y trabajar a partir de ellas. Pretender que un fumador se quite de fumar diciéndole que el tabaco es malo es absurdo porque ya lo sabe. La mayoría de nuestros argumentos para convencer a fanáticos y sectarios son igual de inofensivos porque no profundizan en las razones de fondo y se quedan en el plano práctico (fumar es malo para los pulmones, no vacunarte pone te pone en riesgo).
Para que una conversación de este tipo sea mínimamente efectiva debemos sacar a la luz las múltiples identidades de nuestro interlocutor, ponernos en pie de igualdad y buscar similitudes sociales ya existentes.
Cuando la profecía falla
Dorothy Martin profetizó el fin del mundo entre el 21 y el 22 de agosto de 1954. Mientras tanto, consiguió el apoyo de cientos de fieles a sus teorías disparatadas, supongo que ayudada por su promesa de salvación. Por lo que sea, cuando llegó el día señalado no bajó ninguna nave espacial ni se produjo ningún diluvio. Paradójicamente, el chasco no se tradujo en una rebelión de los seguidores, sino en el refuerzo de su fe. Si la profecía de Martin era errónea y ella una estafadora, el sistema de creencias de sus seguidores se derrumbaría y quedarían en una posición ridícula por motivos evidentes. Esta situación de incertidumbre convirtió a los conspiradores más reservados en fervientes misioneros: atraer a nuevos miembros era la única esperanza que les quedaba para librarse de las burlas de los no creyentes. Como los corruptos que se vuelven a presentar a unas elecciones, la verdadera sentencia de los seguidores de Martin se dictaba en términos de aprobación social.
Durante esta semana he visto a mucha gente preguntarse cómo es posible que un ex-Vicepresidente del Gobierno de España lance una recolecta para que sus seguidores le paguen un bar con el pretexto de luchar contra el fascismo. Si utilizamos las herramientas señaladas a lo largo del artículo, podemos llegar a la conclusión de que dichas personas están actuando de manera racional desde su posición, la de quienes están librando una batalla contra el fascismo y las izquierdas cómplices. Son militantes comprometidos que están contribuyendo a una causa noble. No solo no son pardillos, como dicen sus haters, sino que son moralmente superiores al resto (fascistas y cómplices por acción u omisión).
De nuevo, cómo nos sentimos y quiénes somos. Nuestro cerebro es narrativo. Necesitamos historias para que los acontecimientos nos cuadren. “Las historias evitan el instinto del cerebro de buscar razones para recelar”, dijo Emily Falk.
Cuatro seguridades, de Jorge Tamames en De Siria a Soria.
Craso error, de Irene Vallejo en El País.
Europa ante el abismo arancelario, de Nacho Álvarez en El País.
Claves para una unidad realista de la izquierda, de Alberto Garzón en eldiario.es.
Las nuevas fracturas de la sociedad española tras el regreso de Trump: 10 puntos sobre nuestra encuesta exclusiva de Eurobazuca, de Eduardo Bayón en El Grand Continent.
Así saca partido la ultraderecha antifeminista del “declive” económico de los chicos jóvenes, de Ángel Munárriz en El País.
Overbooking en la aldea gala, de Ignacio Sainz en Breiquin Nius.
Radiografía del lepenismo catalán: causas y votantes detrás del crecimiento de Aliança Catalana, de Mario Ríos en Agenda Pública.
¿Quién gana un debate? Pregúntale a Twitter, de Juan Manuel Barrios y Francisco R. Vargas en El Patio Político.
Cómo escribí mi charla TEDx, de Cristina Juesas en ConCdeCom.
De Siria a Soria, newsletter de Jorge Tamames
Jorge Tamames ha inaugurado su boletín (aunque en Ghost y no en Substack). El título da una ligera pista de la idea. Está especializado en política internacional, pero se maneja con solvencia en diversos temas. Es un claro ejemplo de zorro. Te recomiendo que lo sigas, ya que en un momento como el actual debemos huir de las brochas gordas y las miradas dogmáticas.
¡Gracias por la mención!
Tus artículos me ayudan a entender de qué va todo esto, yo solo intento sacarle punta...
Buenos puntos de política y sociales.